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Siglo XIX | Un dulce con tradición castiza. Las rosquillas del Santo.

 

Aunque la receta es muy antigua no se sabe a ciencia cierta el comienzo de la fecha de su elaboración. Unos dicen que viene de la Edad Media y otros se remontan hasta los romanos.

En lo que todos coinciden es que las popularizó en el Siglo XIX La Tía Javiera.

Procedía de Fuenlabrada o de Villarejo de Salvanés, ambos pueblos tienen una gran tradición rosquillera.  

Javiera acudía cada fiesta de San Isidro a su puesto de la Pradera para vender sus rosquillas.

Dicen que las suyas eran las mejores, no llevaban azúcar en la masa, sino aguardiente, estaban empapadas en un jarabe y las presentaba atadas con una guita.

Tanto éxito tuvo que comenzaron a salir los imitadores y con ellos las versiones para la cobertura de las rosquillas, de ahí los cuatro tipos que conocemos.

Las tontas con un poquito de anís, las listas, con la misma masa que las tontas, pero recubiertas con un glaseado de huevo y limón, las de Santa Clara, cubiertas de un merengue blanco y las francesas creadas por el repostero francés del rey Fernando VI, a petición de su mujer Bárbara de Braganza, que van cubiertas por un baño de azúcar glas y almendras.

 

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Venta de botijos e San Isidro. 1945. Manuel Urech

Hay muchas pastelerías donde comprar las rosquillas, pero el lugar más castizo es la Pradera.

Es un dulce madrileño que sabe y huele a tradición, a romería y a merendola al aire libre.  

Según el dramaturgo Jacinto Benavente “la gente a la que no le gusta el dulce no es de fiar”,  así que habrá que probarlas acompañadas de la tradicional limonada con vino blanco, limón, azúcar y fruta troceada o algún vino dulce servido en un pequeño vaso conocido como “chato”, o un vasito de agua del Santo.

 

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1936. – Mujer recogiendo agua de la fuente de San Isidro. MDM.
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Puesto de rosquillas. El País.

  ¡A disfrutar!

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